El pensamiento complejo surge como una propuesta intelectual para pensar el mundo de una manera transdisciplinaria y holística, sin abandonar la noción de las partes, frente a la tendencia de los científicos y académicos a la división y subdivisión disciplinaria, a la disyunción y a la especialización.
Edgar Morin, pensador francés, fue el primero en proponer la noción de pensamiento complejo elaborando una propuesta paradigmática que permitiera promover UNA MENTE INTEGRADORA.
De allí que, el pensamiento complejo es un pensamiento que se reconoce como local (ubicado en un contexto determinado), no es completo y se auto-eco-organiza en función de la incertidumbre, rechaza el dogmatismo, privilegia la estrategia y no lo pragmático.
El pensamiento complejo realiza la rearticulación de los conocimientos mediante la aplicación de una serie de criterios o principios generativos y estratégicos establecidos en su método. Edgar Morin, en su obra El Método, propone tres conceptos que tienen un alto potencial integrador y que pueden ser aplicados de manera transdisciplinaria: La dialogía, la recursividad y la hologramía. (1) La dialogía establece que la coherencia de un sistema, ya sea biológico, social o cósmico, surge de la paradoja y del encuentro de fuerzas antagónicas a priori; (2) la recursividad va más allá del simple principio de retro-acción o feed-back desarrollado por la cibernética, incluyendo los conceptos de auto-producción y auto-organización: El sistema no sólo recibe una retroacción del medio, sino que ésta modifica la estructura misma del sistema y, (3) la hologramía que se puede resumir indicando que "la parte está en el todo, pero el todo está en la parte".
En la perspectiva de Morin, no se trata de deducir el método de una serie de principios epistemológicos generales, sino de volver a la búsqueda misma de las condiciones de posibilidad y pertinencia de una estrategia de investigación científica. El método de investigación, desde una óptica compleja, tiende a definirse como Meta-Método en la medida en el cual se concibe intrínsecamente como proyecto estratégico-reflexivo, es decir, una tensión de segundo orden hacia la búsqueda de sus propias condiciones de posibilidad y pertinencia.
Ante esto, es necesario valorar sí nuestro sistema educativo está preparando profesionales que conozcan y apliquen los principios del pensamiento complejo en sus trabajos de grado y en la búsqueda de soluciones a los problemas que la globalización ha traido al seno de las empresas, a la vida personal y a la sociedad en su conjunto.
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